jueves, 13 de septiembre de 2012

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MORENA Y PRD: DIVORCIO SIN RUPTURA (II)


Me pregunto qué hubiera pasado si la simpatía de que goza AMLO entre millones de mexicanos y el respeto que le profesan o dicen profesarle muchos dirigentes de las izquierdas, en lugar de concluir en la formación de otro partido - cuyo costo financiero se añadirá al  PEF - su liderazgo se utiliza constructivamente en el marco de un proceso de evaluación democrática y autocrítica de su participación y la de todos los actores en las recientes elecciones. ¿Acaso era pedirle demasiado a las organizaciones integrantes del movimiento progresista?

¿Qué hubiera pasado si con la fuerza de su liderazgo y autoridad moral,  AMLO presiona y obliga al partido del que fuera su fundador, a ser congruente con su apellido – PRD DEMOCRATA –convocándolo a dialogar con respeto en la diversidad y a debatir coincidencias y divergencias, con miras a su depuración y reorganización? En estas circunstancias ¿qué habría sido del PRD y de las organizaciones aliadas­? Quizá los dirigentes recordaron la escasez de civilidad en experiencias de las elecciones internas recientes y prefirieron cuidar la imagen de triunfo como segunda fuerza a fin de aprovecharla productivamente en el  quehacer legislativo.

Tal parece que aquella cualidad personal que más fuerza le dio a AMLO como candidato a la Presidencia de la República - el ego de la dignidad por su honestidad – con la que se identifica la mayor parte de la población más lastimada y desesperanzada de México,  al final se convirtió en su maxima debilidad al colocar la necesidad de trascendencia de su imagen, de su liderazgo personal y preservación de su capital político, por encima de la responsabilidad histórica de impulsar en este momento la transformación del PRD con miras a darle a México un gran partido de izquierda, moderno, plural, democrático, muy superior a su partes y  a sus opositores. Esto hubiera sido benéfico no únicamente al PRD sino también para los adversarios porque los hubiera obligado a intentar esfuerzos semejantes para poder competir.

La autocritica y evaluación de todos y cada uno de los partidos, tan demandada por la base militante y los ciudadanos sin afiliación, de ser atendida,  sin duda  hubiera sido un paso en el desarrollo político de gran beneficio  para todos los mexicanos. Depurado y unificado, el PRD se habría convertido desde 2012 en una fuerza política capaz de ser y hacer contrapeso a los poderes fácticos  y presionar con eficacia y por las vías institucionales para que los órganos del estado se sacudieran a quienes siguen participando de la corrupción; habría sido la segunda fuerza política organizada capaz de presionar con eficacia al gobierno del Presidente Electo y a sus propios gobernadores, para que cumplieran a plenitud sus compromisos. Dirán que de todos modos van a jugar ese papel e incluso propositivo, pero también más divididos que antes de las elecciones.

Desgraciadamente el hubiera no existe y nada de anotado ocurrió. En lugar de la salida lógica y racional, triunfo la dignidad del caudillo y el confort en “los chuchos”. No triunfó el esfuerzo orgánico, colectivo, racional y democrático. Digo yo, si los partidos no se ocupan de estas tareas antes de ejercer el poder, menos cabe pensar que lo harán una vez ejerciéndolo cuando ya se preparan para la siguiente contienda electoral. No cabe duda que la carrera por el poder, todo lo ha vuelto pragmático. ¡Hasta no pocos electores!

Muchos jóvenes de hoy no lo saben, pero algunos de los que quedamos de los 60’s tenemos presente que esa misma historia se repitió durante medio siglo hasta el cansancio: la formación, división y nueva constitución de organizaciones de izquierda desde que José Revueltas rompió con el Partido Comunista Mexicano, hasta la fecha.

Bajo la influencia de los partidos comunistas de la segunda mitad del siglo pasado, las corrientes y organizaciones de izquierda  en México no han sido capaces de evitar  la caída en ese ciclo  aunque que antes de que existiera el financiamiento a los partidos políticos con erario público, los protagonistas invariablemente se sentían obligados al debate previo de posiciones y abundantes argumentaciones; se discutía antes de proceder a una separación y, otro tanto, previo al acuerdo de formar una nueva organización.

Se aceptaba como un hecho que las organizaciones políticas no era propiedad de sus líderes sino de todos sus integrantes y, no sin resistencias, se cubría el expediente de analizar y explicar decisiones y acuerdos de sus líderes.  Hoy parece que no importan las razones, las causas, los argumentos, ni  el diagnóstico político que explicaría y daría el fundamento  a las decisiones de sus dirigentes y seguidores.

Hace medio siglo, en la izquierda se admitía y defendían  paradigmas de sociedad y las ideologías eran sustento de convicciones partidistas, y toda expulsión, fusión, alianza, ruptura o separación, contaba invariablemente con argumentaciones que se emitían desde congresos extraordinarios, guerra documentada y hasta edición de libros como Un Proletariado sin Cabeza  de José Revueltas donde su autor, entre otras tesis argumentó su ruptura y la del Comité Central del DF con el PC pro soviético.  

Recuerdo que en el plano teórico, el mínimo de textos clásicos de aquella época era el “¿Qué Hacer? (1902) y “Un paso adelante, dos pasos atrás” (1904) ambos de  V.I. Lenin. En el terreno de la vida de la pareja, los izquierdistas acudíamos a la obra clásica de otro marxista austriaco Igor Caruso, (1968) con su obra, La separación de los Amantes. Lo prevaleciente era que toda postura política e incluso existencial debía fundamentarse. 

Para dirigentes o militantes de las organizaciones de izquierda de esa época, ignorar la existencia de ideología en una decisión política era una manifestación de voluntarismo, de caudillismo, cuando no de desviación pequeñoburguesa o de conciencia enajenada.

Lo que trato de significar es que medio siglo después de aquellas fusiones, alianzas y rupturas de la izquierda mexicana plagadas de apasionados debates, de la cultura del dialogo y de la argumentación teórico-histórica, nada quedó. 

Partidos y organizaciones de izquierda, (y también de la derecha, el centro, o de cualquier perfil ideológico) parecen estar autosecuestradas en el más puro pragmatismo lo que entre paréntesis permite a sus cúpulas decidir aliarse en unas elecciones con quienes ayer fueron considerados enemigos acérrimos o votar a favor de la Ley Televisa y más tarde declarar a esa empresa enemiga numero uno y progenitora de candidatos a la presidencia. Sin explicación, de ese tamaño han sido sus bandazos. Omito otros muchos casos citados por el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas que no oculta y promete seguir hablando. Por eso no extraña entre los ciudadanos que exista una opinión generalizada que señala que todos políticos y todos los partidos son iguales.

Transcurrida ya la primera década del siglo XXI y a ante una sociedad que descubre y defiende su derecho a la diversidad y  una ciudadanía mejor informada, más crítica y pensante, tal parece que por lo menos en esta coyuntura, lo que la izquierda es capaz de ofrecer son sólo sus decisiones verticales, de líder único, las cuales no se discuten ni por sus seguidores ni por aquellos de quienes se separa.

 Bien lo dijo el Ingeniero Cárdenas a principios de año en conferencia dictada en el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. “Pensar las izquierdas: Latinoamérica y España”.  “¿Qué es la izquierda, qué son las izquierdas? Se trata, sin duda, de una extensa gama de corrientes de pensamiento, fuerzas políticas y agrupaciones”: Comentarios: http://despertaratiempo.blogspot.mx/





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