Me pregunto qué hubiera pasado si la simpatía de que goza AMLO entre
millones de mexicanos y el respeto que le profesan o dicen profesarle muchos
dirigentes de las izquierdas, en lugar de concluir en la formación de otro
partido - cuyo costo financiero se añadirá al PEF - su liderazgo se
utiliza constructivamente en el marco de un proceso de evaluación democrática y
autocrítica de su participación y la de todos los actores en las recientes
elecciones. ¿Acaso era pedirle demasiado a las organizaciones integrantes del
movimiento progresista?
¿Qué hubiera pasado si con la fuerza de su liderazgo y autoridad moral, AMLO
presiona y obliga al partido del que fuera su fundador, a ser congruente con su
apellido – PRD DEMOCRATA –convocándolo a dialogar con respeto en la diversidad
y a debatir coincidencias y divergencias, con miras a su depuración y
reorganización? En estas circunstancias ¿qué habría sido del PRD y de las
organizaciones aliadas? Quizá los dirigentes recordaron la escasez de
civilidad en experiencias de las elecciones internas recientes y prefirieron
cuidar la imagen de triunfo como segunda fuerza a fin de aprovecharla
productivamente en el quehacer legislativo.
Tal parece que aquella cualidad personal que más fuerza le dio a AMLO
como candidato a la Presidencia de la República - el ego de la dignidad por su
honestidad – con la que se identifica la mayor parte de la población más
lastimada y desesperanzada de México, al final se convirtió en su
maxima debilidad al colocar la necesidad de trascendencia de su imagen, de su
liderazgo personal y preservación de su capital político, por encima de la
responsabilidad histórica de impulsar en este momento la transformación del PRD
con miras a darle a México un gran partido de izquierda, moderno, plural, democrático,
muy superior a su partes y a sus opositores. Esto hubiera sido
benéfico no únicamente al PRD sino también para los adversarios porque los
hubiera obligado a intentar esfuerzos semejantes para poder competir.
La autocritica y evaluación de todos y cada uno de los partidos, tan
demandada por la base militante y los ciudadanos sin afiliación, de ser
atendida, sin duda hubiera sido un paso en el desarrollo
político de gran beneficio para todos los mexicanos. Depurado y
unificado, el PRD se habría convertido desde 2012 en una fuerza política capaz
de ser y hacer contrapeso a los poderes fácticos y presionar con
eficacia y por las vías institucionales para que los órganos del estado se
sacudieran a quienes siguen participando de la corrupción; habría sido la
segunda fuerza política organizada capaz de presionar con eficacia al gobierno
del Presidente Electo y a sus propios gobernadores, para que cumplieran a
plenitud sus compromisos. Dirán que de todos modos van a jugar ese papel e
incluso propositivo, pero también más divididos que antes de las elecciones.
Desgraciadamente el hubiera no existe y nada de anotado ocurrió. En
lugar de la salida lógica y racional, triunfo la dignidad del caudillo y el
confort en “los chuchos”. No triunfó el esfuerzo orgánico, colectivo, racional
y democrático. Digo yo, si los partidos no se ocupan de estas tareas antes de
ejercer el poder, menos cabe pensar que lo harán una vez ejerciéndolo cuando ya
se preparan para la siguiente contienda electoral. No cabe duda que la carrera
por el poder, todo lo ha vuelto pragmático. ¡Hasta no pocos electores!
Muchos jóvenes de hoy no lo saben, pero algunos de los que quedamos de
los 60’s tenemos presente que esa misma historia se repitió durante medio siglo
hasta el cansancio: la formación, división y nueva constitución de
organizaciones de izquierda desde que José Revueltas rompió con el Partido
Comunista Mexicano, hasta la fecha.
Bajo la influencia de los partidos comunistas de la segunda mitad del
siglo pasado, las corrientes y organizaciones de izquierda en México
no han sido capaces de evitar la caída en ese ciclo aunque
que antes de que existiera el financiamiento a los partidos políticos con
erario público, los protagonistas invariablemente se sentían obligados al debate
previo de posiciones y abundantes argumentaciones; se discutía antes de
proceder a una separación y, otro tanto, previo al acuerdo de formar una nueva
organización.
Se aceptaba como un hecho que las organizaciones
políticas no era propiedad de sus líderes sino de todos sus integrantes y, no
sin resistencias, se cubría el expediente de analizar y explicar decisiones y
acuerdos de sus líderes. Hoy parece que no importan las razones,
las causas, los argumentos, ni el diagnóstico político que
explicaría y daría el fundamento a las decisiones de sus dirigentes
y seguidores.
Hace medio siglo, en la izquierda se admitía y defendían paradigmas
de sociedad y las ideologías eran sustento de convicciones partidistas, y toda
expulsión, fusión, alianza, ruptura o separación, contaba invariablemente con
argumentaciones que se emitían desde congresos extraordinarios, guerra
documentada y hasta edición de libros como Un Proletariado sin Cabeza de
José Revueltas donde su autor, entre otras tesis argumentó su ruptura y la del
Comité Central del DF con el PC pro soviético.
Recuerdo que en el plano teórico, el mínimo de textos clásicos de
aquella época era el “¿Qué Hacer? (1902) y “Un paso adelante, dos pasos
atrás” (1904) ambos de V.I. Lenin. En el
terreno de la vida de la pareja, los izquierdistas acudíamos a la obra clásica
de otro marxista austriaco Igor Caruso, (1968) con su obra, La separación de
los Amantes. Lo prevaleciente era que toda postura política e incluso
existencial debía fundamentarse.
Para dirigentes o militantes de las
organizaciones de izquierda de esa época, ignorar la existencia de ideología en
una decisión política era una manifestación de voluntarismo, de caudillismo,
cuando no de desviación pequeñoburguesa o de conciencia enajenada.
Lo que trato de significar es que medio siglo después de aquellas
fusiones, alianzas y rupturas de la izquierda mexicana plagadas de apasionados
debates, de la cultura del dialogo y de la argumentación teórico-histórica,
nada quedó.
Partidos y organizaciones de izquierda, (y también de la derecha,
el centro, o de cualquier perfil ideológico) parecen estar autosecuestradas en
el más puro pragmatismo lo que entre paréntesis permite a sus cúpulas decidir
aliarse en unas elecciones con quienes ayer fueron considerados enemigos
acérrimos o votar a favor de la Ley Televisa y más tarde declarar a esa empresa
enemiga numero uno y progenitora de candidatos a la presidencia. Sin
explicación, de ese tamaño han sido sus bandazos. Omito otros muchos casos
citados por el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas que no oculta y promete seguir
hablando. Por eso no extraña entre los ciudadanos que exista una opinión
generalizada que señala que todos políticos y todos los partidos son iguales.
Transcurrida ya la primera década del siglo XXI y a ante una sociedad
que descubre y defiende su derecho a la diversidad y una ciudadanía
mejor informada, más crítica y pensante, tal parece que por lo menos en esta
coyuntura, lo que la izquierda es capaz de ofrecer son sólo sus decisiones
verticales, de líder único, las cuales no se discuten ni por sus seguidores ni
por aquellos de quienes se separa.
Bien lo dijo el Ingeniero Cárdenas a principios de año en
conferencia dictada en el Instituto Universitario de
Investigación Ortega y Gasset. “Pensar las izquierdas: Latinoamérica y España”. “¿Qué
es la izquierda, qué son las izquierdas? Se trata, sin duda, de una extensa
gama de corrientes de pensamiento, fuerzas políticas y agrupaciones”: Comentarios: http://despertaratiempo.blogspot.mx/
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