lunes, 24 de septiembre de 2012

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DESILUSIÓN EN LA IZQUIERDA (II)


DESPERTAR A TIEMPO
Romeo González Medrano

Una gran desilusión es lo que se percibe en muchos mexicanos, sobre todo jóvenes, que casi con fe religiosa creyeron en Andrés Manuel López Obrador. Les resulta inexplicable que el enorme capital político representado en la simpatía alcanzada entre millones de electores, aunado al respeto que le profesan o dicen profesarle no pocos de los dirigentes del PRD y de otras organizaciones, el líder tabasqueño haya decidido utilizarlo para convocar a la formación de otra nueva organización en lugar de dar la batalla, en lugar de que la bandera externa de regeneración nacional, la lanzara inteligentemente para propiciar la auto regeneración  del instrumento, el Partido de la Revolución Democrática del que fuera su fundador hace ya 23 años. Nada de esto ocurrió. AMLO no lo consideró un objetivo posible de alcanzar o que valiera la pena. Igual como ocurre en algunos matrimonios de los que se dice que desde hace tiempo la separación era un hecho consumado y que si convivieron un poco más, fue “por pura conveniencia recíproca”.
Para el análisis político, la memoria histórica es fuente invaluable de consulta obligatoria y cualquiera de los registros de esta, nos muestran a una izquierda mexicana en constante división; fenómeno que disminuye en la adversidad o en la represión coyuntural y, en cambio, se incrementa, cuando se trata de acceder al poder o tiene que compartir la parte conquistada en las urnas. Este ha sido su péndulo. Por eso, para quienes llegamos a participar en los orígenes de las izquierdas a partir de los 60´s, o sea antes de su legalización  (con la reforma de Jesús Reyes Heroles), la ruptura sin divorcio de AMLO no es novedad sino la repetición cíclica de un fenómeno cuya esencia es parte de una cultura política no precisamente democrática de la que formamos parte todos los mexicanos.
Desde 1969 lo vengo señalando cuando por más de dos años conviví con representantes de todas las izquierdas en lo que fue el penal de Lecumerri hoy Archivo de la Nación: la formación teórica, la ideología, la concepción filosófica, las creencias religiosas, sólo son posibilidades de transformación personal, nunca sinónimo o garantía que haga esencialmente diferentes a los seres humanos ni en lo individual ni como integrantes  de alguna organización.
 Ninguna ideología hace diferente a las izquierdas ni a las derechas del resto de la sociedad, ni siquiera de aquellos a quienes consideran sus adversarios. Ejemplo de fascistas, los hay y los ha habido siempre, lo mismo de izquierda que de derecha. Es más, el carácter dogmático, sectario, autoritario y antidemocrático que ha caracterizado la vida interna de muchas de las organizaciones de izquierda, en gran medida es producto histórico de la misma sociedad de la que emergen y consecuencia del régimen autoritario y antidemocrático contra el que tantas veces se ha levantado.

Las virtuosas excepciones  que por fortuna  las hay –sería injusto no reconocerlas-  sólo confirman la regla y ésta caracterización no es exclusiva de ningún partido ni organización social o política sino del grado de desarrollo político alcanzado por una sociedad. Al respecto, la expresión coloquial dice que en  todas partes se cuecen habas por aquello de que las pasiones humanas se presentan hasta “en las mejores familias” o bien, que la ideología practica existe y casi siempre es muy diferente a la ideología teórica que profesan los miembros de una organización. Como decía Antonio Machado, “hay seres tan profundamente dividido, consigo mismos que creen lo contrario de lo que piensan”
 La decisión tomada por AMLO revela una vez más la precaria cultura de la tolerancia y  coexistencia en la diversidad que tiene la izquierda mexicana. Una direccionalidad opuesta a la apertura y empoderamiento ciudadano en que apunta parte del contenido de la reciente reforma política. Es más fácil cambiar de leyes que cambiar hábitos y patrones culturales. Pensar y demandar democracia no es lo mismo que practicarla. Baste recordar la infinidad de grupúsculos de izquierdas de todos los matices ideológicos ¨paridos¨ mediante rupturas de más de medio siglo. En cuanto al PRD, desde su primer Congreso Nacional 1990 y a lo largo de todos los demás, registra una trayectoria accidentada por el fraccionalismo interno que le ha dado fuerza  y, paradójicamente ha sido causas de su debilidad.    
¿Qué está en el fondo del divorcio AMLO-PRD además de las prerrogativas presupuestales?  Tal parece que la cualidad personal que más fuerza le dio como candidato a la Presidencia de la República - el ego de la dignidad individual vinculada su concepto de honestidad – al final, en la etapa post electoral también fue lo que se tradujo en su máxima debilidad: la necesidad de trascendencia histórica de su imagen, de su liderazgo personal y, desde luego, la preservación de su capital político, por encima de la responsabilidad de impulsar la transformación del PRD con miras a darle a México un gran partido de izquierda, moderno, plural, democrático, muy superior al atavismo que le han dado de su facciones. Una asignatura evadida que le perseguirá como pecado original.
La separación de López Obrador del PRD no significa nada nuevo sino lo mismo que hizo él con el PRI y lo que han hecho todos los liderazgos unipersonales a lo largo de la historia: construir capital político y luego separarse para crear su propio instrumento. En su caso, el PRI desde su fundación (PNR 1929) logró superar la mayor parte de su caudillismo para instituirse gracias fundamentalmente a la hegemonía del poder del Presidente de la República en turno, regla no escrita de subordinación  en el que habría que ubicar el análisis de otras categorías específicas y complementarias de este partido como son las de la unidad, disciplina, elección de candidatos, reglas no escritas, etc.
Ninguno de los conyugues – AMLO-TRIBUS- como despectivamente se le llama a los grupos internos de este partido, se mostró dispuesto ni siquiera a pensar que depurado y reunificado, diríase regenerado, el PRD podría haberse convertido desde 2012 en una fuerza política capaz de ser y hacer contrapeso,  por una parte a los poderes económicos fácticos  y, por la otra,  contribuir a la suma de fuerzas afines o correlación suficientemente eficaz para que, por las vías institucionales, los órganos del estado - sin distingos de partido o rango - se sacudieran a quienes siguen participando del abuso del poder y de la corrupción en todas sus formas.
Habría sido la segunda fuerza política organizada capaz de presionar con eficacia al gobierno del Presidente Electo Enrique Peña Nieto y a sus propios gobernadores, demandándoles que cumplieran a plenitud sus compromisos. Sus actuales dirigentes dirán que de todos modos van a jugar ese papel e incluso propositivo, cierto, sólo que ahora más divididos que antes de las elecciones. Una resultante que quizá modifique su peso específico dentro de la correlación política de fuerzas y por ende, el de las demás fuerzas que la integran.
 Desgraciadamente el hubiera no existe y nada de lo anotado ocurrió. En lugar de la salida lógica y racional, triunfó la dignidad del caudillo, por un lado y el confort en “los chuchos” por otro. Ambos dijeron no al  esfuerzo orgánico, colectivo, racional y democrático.
En el fondo esta inclinación a separarse para formar otra agrupación lo que revela es la escasa cultura de la tolerancia y de dialogo democrático  entre la militancia de las diversas organizaciones llamadas de izquierda. Para nadie hay tiempo de realizar cambios profundos. Si la transformación de los partidos políticos no es tarea antes de ejercer el poder, menos lo puede ser después, cuando les urge estar listos para la siguiente contienda electoral.
 Lo lamentable es que este desdén hacia el dialogo y desahogo de discrepancias produce y conduce a la suscripción de alianzas cupulares, frágiles y efímeras y, finalmente, a reincidir en el ciclo de ruptura y nueva división, como si este fuera destino y parte del ADN de la izquierda mexicana.
Los partidos políticos practican el mimetismo ideológico, dijo alguna vez el ex Gobernador de Veracruz Fernando Gutiérrez Barrios para referirse a la semejanza en los objetivos que dicen perseguir. En cambio la práctica política pone al descubierto el predominio del más puro pragmatismo, las visiones cortoplacistas y las reformas de alcance sexenal. La ausencia de visión de Estado y de Proyecto de Nación como referente de la concertación de acuerdos fundamentales entre las fuerzas políticas no es problema de conocimiento sino de disputa de la conducción de los procesos de transformación o sea de otros intereses que nada tienen que ver con los de la Nación.  Comentarios, romeo-gonzalez@hotmail.com





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