jueves, 21 de febrero de 2013

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¿Gabinetes plurales? (I)






  
Hace algunas décadas, cuando  México tenía gobierno de partido hegemónico, era inconcebible que dentro de un gabinete hubiera un secretario y /o un alto funcionario de un partido distinto al del  gobernante. La expresión que resumía aquella mentalidad era "el poder no se comparte". Hoy no parece haber evidencias que demuestren que esa mentalidad  ha desaparecido,  y sí de que  la cambiante realidad política  ha obligado a todos los actores a compartir en cierto grado el poder y, aunque sea por conveniencia,  o de dientes para afuera, procurar mayor apertura a la diversidad de voces y criterios.




En este período, el mapa político ha ido cambiando al grado que  podría pensarse que ya casi nos parecemos a una “sociedad democrática civilizada” al aceptar coexistir en pluralidad y suscribir acuerdos  incluyentes. No obstante quienes le apuestan a la polarización y a la agudización de las contradicciones sociales, el gran mosaico económico, socio cultural y político que somos los mexicanos, no es compatible con los esquemas vanguardistas, mesiánicos  y excluyentes aunque un importante segmento de la población se acoja a estos.  


Sin embargo, respetarse y coexistir creativamente entre diferentes y diversos, en todas las escalas, es asignatura  aun no aprobada y, por lo tanto, permanente dentro de un proceso evolutivo que nunca ha sido ni será  lineal como tampoco ascendente por lo que ningún paso hacia adelante garantiza que no se puedan dar retrocesos o dolorosos  saltos hacia atrás, pese a lo que  diga el discurso oficial del momento.


Las pequeñas dosis  de pluralidad que a veces se observan en un gabinete responden a necesidades de gobernabilidad del gobernante de minoría. Cuando el invitado es un cuadro representativo de otra fuerza política, obviamente se fortalece la legitimidad política del gobernante en turno al sumarle disenso y al ampliarle posibilidades para la concertación y el ejercicio del poder, unas veces a través del Poder Ejecutivo, otras del Poder Legislativo, permitiendo, en ambos casos, la gobernabilidad y recomposición de equilibrios necesarios al ejercicio del poder implicando, entre otras cosas,  que la fuerza u organización aliada o “asociada” sea tomada en cuenta y reciba beneficios marginales, directos o indirectos. Nada es gratis.


En el caso de la propuesta del Presidente Barak Obama para que  el ex senador republicano Chuck Hagel  sea aprobado por el Senado como su Secretario de Defensa, es evidente que el Presidente cuenta con la confianza y apoyo total de su partido a lo que se añade el prestigio de que goza este señor como veterano de la guerra de Viet Nam, entre otras experiencias.


En cambio hoy, en el México  del presidencialismo acotado,  el apoyo del PRI al gobernante se da por un hecho y, como fuerza organizada, simplemente carece de importancia para fines de nombramientos del gabinete.


La pregunta ¿de verdad existen los gabinetes plurales? ¿No acaso la capacidad de simulación es parte de la idiosincrasia del mexicano y de su sistema político? ¿Cuáles son las verdaderas y profundas reacciones de los dirigentes y miembros distinguidos del PRI cuando un Presidente o un Gobernador designan a un colaborador sin partido o de un partido distinto al suyo? ¿Es verdad que lo ven como intruso o hijoadoptivo?


A nivel federal, el asunto no es menos complicado, y no es casual que el Secretario de Gobernación Miguel Osorio Chong y Luis Videgaray de Hacienda, estén atorados en la  encomienda de desenredar la madeja de miles de delegados que dejó la administración anterior,  (se comenta  esta semana en Bajo Reserva en el Universal). El poder presidencial y su política de cambio, se medirán  ante  la fuerza de las inercias del sistema y los intereses que conlleva. La lentitud de las designaciones revela por lo menos cautela, dificultad para preservar equilibrios, atender compromisos o complacencias. Ya lo veremos.


Por necesidades de legitimación política, de  fortalecimiento de la interlocución  o  por simple preservación de equilibrios locales , la integración “plural” de gabinetes  se da y se sigue dando, lo mismo a nivel federal que en gobiernos estatales como ocurrió hace dos años en el  gobierno de Javier Duarte en Veracruz con la designación, entre otros, de Guillermo Herrera al frente de la Secretaria de Comunicaciones y de Gerardo Buganza Salmerón como Secretario de Gobierno , nombramiento especial este que amerita reflexión aparte porque  se trata del área de política interna, o sea el espacio  por excelencia utilizado para un ejercicio partidista del poder  hecho ampliamente cuestionado por lo que parte de la legitimación política complementaria  amerita  que la política interna  cuente con rostro ciudadano , de civilidad, y cultura de tolerancia y de diálogo diverso . En lo esencial, es el mismo caso de la dependencia federal ejecutora de programas sociales (SEDESOL)  ¿significa esto afirmar que el PRI carezca de profesionales con experiencia en las funciones de estas dos dependencias? Para nada, los tiene y de reconocida capacidad. El Problema es político, no técnico.


La “pluralidad de un gabinete” no tiene que ver con la carencia de prospectos capaces y del mismo partido del gobernante; las causas hay buscarlas en  las circunstancias políticas que rodean el ejercicio del poder en un momento determinado, las cuales   son cambiantes; por ejemplo, cuando el margen o diferencia de votos con que triunfa un gobernante es muy escaso, la necesidad de una dosis de pluralidad en el gabinete es mayor, y sobre todo cuando el gobernante valora con prioridad la necesidad de estabilidad y unidad en la diversidad de los gobernados, precisamente lo requerido para empezar a ejecutar su programa de gobierno para el que siempre son insuficiente los recursos y abultadas “facturas por pagar”.


Una cosa es el “gabinete plural” al arrancar el primer año de un gobierno y otra en las proximidades de un siguiente proceso electoral cuando todas las fuerzas se preparan para competir e integrar los poderes locales con los que cerrará en este caso,  el  Gobernador de Veracruz.


En consecuencia cambian las circunstancias y cambian las decisiones del gobernante. ¿Puede  entonces éste remover libremente a un colaborador procedente de otra fuerza política? Jurídicamente tiene toda la potestad para despedirlo o removerlo en cualquier momento. Políticamente es otra cosa; la decisión tendría que reflexionarse a la luz  las necesidades de una gobernabilidad eficaz y del sentido  de la transición  del Estado Mexicano.


  No está en nuestra cultura política que los gobernantes admitan que se equivocan (lo que les presentaría como más humanos);  de todas maneras el cambio de colaboradores tiene un costo para el gobernante; mientras que para el “removido” puede hacerlo aparecer como chambista. Las piezas de ajedrez  las mueven el  gobernante conforme a   su estrategia dotada siempre  tres ejes básicos: a) permanecer en el poder el período constitucional para el que fue electo, b) asegurar una exitosa retaguardia y “cierre de puertas”.  c) contribuir con el gobierno  federal  como parte  de las  bases de su siguiente meta o aspiración.


Cualquiera que sean las razones que tenga un gobernante para nombrar, remover o despedir colaboradores, lo cierto es que la movilidad del sistema de representación ha estado dominando a la administración pública, obviamente en detrimento de esta. Convertidos los  cargos  auténticos trampolines demuestran hasta qué punto la administración pública se ha convertido en la “fábrica” de políticos (chapulines) pero como la experiencia administrativa no se hereda, es la sociedad la que paga el costo de una exagerada movilidad en la función pública.



Si se hiciera un análisis comparativo entre los perfiles y la capacidad profesional de cuerpos técnicos y directivos de la administración pública de las últimas tres administraciones estatales y federales podría comprobarse fácilmente el elevado costo y las consecuencias de esta tendencia. Mucha politiquería y mala administración conduce a resultados negativos en ambas con grados de descomposición de las instituciones del Estado Mexicano que ni la dosificada profilaxis que lleva a cabo ya la Auditoria Superior de la Federación  será suficiente. La apertura de todo el sistema político hacia la ciudadanía  y una pluralidad más amplia que la tripartida, es ineludible. La partidocracia no accederá fácilmente a realizar reformas que le signifiquen la pérdida de privilegios. No obstante ello, en su interior también están las corrientes políticas con visión de Estado que admiten que  resistir o eludir las reformas de fondo es suicida lo que en parte explica la firma del Pacto por México.


 En resumen, en esta segunda alternancia, las principales fuerzas están ante la disyuntiva  de  continuar suscribiendo acuerdos que se cumplan en pos del restablecimiento del estado de derecho y el consecuente perfeccionamiento de sus instituciones o “navegar de a muertito” enfrascados todos en la continuidad de la disputa del poder mientras el agua le sigue entrando al barco.


México ya no es aquel del gobierno de partido hegemónico pero tampoco cuenta con un sistema político que lo asemeje a las democracias modernas tipo europeo en donde lo normal son otros los equilibrios entre los Poderes del Estado  y, parte de los cargos, deben ser sancionados por el  Congreso. En esa tendencia se ubican parte de las iniciativas de reforma  próximas a debatirse. Están en el tintero por ejemplo las iniciativas de reformas constitucional para que se permitan gobiernos de coalición esta corriente que encabezó por Manlio Fabio Beltrones (PRI)Santiago Creel y Josefina Vázquez (PAN), Marcelo Ebrard (PRD) y algunos gobernadores.  Parte de la propuesta considera la necesidad de que el Congreso ratifique algunos  nombramientos. Cito lo anterior como una prueba más de que esto no aguanta más  y es imperativo ocuparse de reformas de fondo.


Los veracruzanos con frecuencia se jactan  de tomar “la delantera” del cambio histórico de México. ¿Será que aquellos ejemplos se repitan o seguiremos viviendo de las glorias del pasado?





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