miércoles, 1 de febrero de 2012

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LA VELOCIDAD Y LA PLAGA DE LOS CHAPULINES





LA PLAGA DE LOS CHAPULINES

En cierta ocasión, el maestro Carlos Monsiváis expresó: “la velocidad se ha convertido en categoría universal dominante”. Con su aguda intuición el hombre de letras solía advertirnos el arribo nuevos procesos sociales, culturales o políticos. En este caso hacía referencia al impacto del desarrollo tecnológico en los patrones de consumo y modos de vida que parecen imponerse sin remedio ni resistencia.

Impacto que podemos apreciar, por ejemplo, al elegir una computadora, una cámara fotográfica, contratar los servicios de internet, en la adquisición del lector de libros que usa mi hijo, en la compra de potentes celulares o impresoras multifuncionales; prácticamente en todos los productos de la modernidad, la velocidad es criterio de calidad. El consumidor chapulín es el atrapado en la compra de la última moda y como ésta lleva una transformación acelerada pues hay que cambiar rápido de producto aunque el sustituido se quede con un 35 % de utilización en sus funciones.

Pero con la velocidad la cosa no para aquí; el afán y concepto de competitividad y éxito se nutre del consumo de otros servicios: “cómodos” bachilleratos en dos meses, “licenciaturas” o maestrías “light” en dos años, diplomados o especialidades al vapor, fáciles doctorados en un año todo esto y más. Resultado: un ejército de “profesionistas” mal preparados y desempleados. El impacto incluye prácticamente toda la vida urbana y desde luego la fama, igualmente afectada por este virus de la competencia y globalización.




Impulsadas por la necesidad, la incomprensión, la violencia o simplemente por tratarse de energía sin cauce, la desesperación social se expresa en velocidad que impacta niñas que son madres y adolecentes que anhelan dinero rápido sin importar que sea al precio de prostituirse o caer capturados por la vía mala que conocemos.

Cargando con su desprestigio a causa de los mismos políticos, la actividad política no está exenta de la fiebre de la velocidad. Cada vez hay más jóvenes que aspiran a un cargo de representación o a un puesto en el gobierno y lo quieren fácil y lo más rápido posible.

Como las campañas electorales son de frasecitas y de rostros y los debates monólogos inútiles, poco importa demostrar madurez, templanza, experiencia de gobierno, visión de estado, proyecto de desarrollo. 

Todas estas cualidades son vistas como tarugadas anticuadas que no califican ante la medición de “popularidad” light realizada con el poder de la mercadotecnia a través de encuestas mandadas hacer, como camisas a la medida.

Loa mexicanos solo tenemos meses para conocer y estar “convencidos” de cuál de los candidatos conviene a los mexicanos para la máxima representación: la Presidencia de la Republica. Después habrá que aguantarlo por seis años porque la clase dirigente y los partidos políticos rechazaron la reforma a la fracción VI en el Artículo 35 constitucional para que sea un derecho de los ciudadanos ejercer esa herramienta denominada como revocación del mandato.


Se extiende como plaga el “CHAPULIN” (cualidad de brincar de un cargo a otro) y se da en todos los niveles y ámbitos de la administración y de los órganos de representación. En el currículum de la mayoría de nuestros jóvenes políticos, la velocidad es la constante. Sólo que el chapulinismo no es la causa, sino el efecto de otras causas: el sistema político cada día pierde más y más legitimidad política ante la incapacidad del Estado de atender las demandas sociales. Se suma a ello la infertilidad de la clase dirigente para procrear y formar cuadros políticos profesionales. Basta ver la pobreza de perfil de no pocos de los integrantes del gabinete de Felipe Calderón. La excepción, confirma la regla.

Como consecuencia de todo esto, la clase política, tiene entre sus opciones de sobrevivencia tomar “caras nuevas” de donde las encuentre y lógico, acude a la “escuela de cuadros” en que se ha convertido la administración pública y de donde se sustraen precandidatos y dirigentes políticos. Para lo mismo se acude también a las organizaciones sociales o sindicales. Se cae así en la improvisación de políticos y en la improvisación de administradores.

El pato lo pagamos todos porque según esta cultura del CHAPULIN, todos servimos para todo aunque de esa manera aumente el número de improvisados en el desempeño de responsabilidades que les quedan grandes a los designados.

Se fomenta así la formación de camarillas en la administración pública y las lealtades a las mismas antes que a las instituciones. Se provocan constantes cambios de funcionarios que le costaron a la sociedad preparar mientras que a las organizaciones sociales se les priva de verdaderos líderes naturales y capaces gestores ya que pasan a convertirse en improvisados “políticos de carrera”.

Que no nos espante la torpeza o la ingenuidad de servidores públicos que arriban a cargos sin la necesaria experiencia y preparación.

Algo nos dice que la globalización está imprimiendo no solo modos de vida que penetran a toda la sociedad sin importar condición económica, social o ubicación geográfica. Que no nos espanten las enfermedades de las naciones desarrollas como la hipertensión arterial, la obesidad y enfermedades cardiovasculares, las enfermedades crónico degenerativas y el envejecimiento prematuro; el padrón epidemiológico que tarde o temprano pondrá en coma financiero al llamado “sistema nacional de salud” según estudios de la Organización Mundial de la Salud.

En la vida familiar, que no nos espante tampoco el acentuado individualismo, el hastío, el trabajo monótono, la rutia, el tedio, la soledad, el agotamiento, el hartazgo o el aburrimiento y la superficialidad de la vida familiar, el egoísmo, la depresión, la perdida de cohesión social, la pobreza espiritual y la falta de solidaridad.

Estamos ante la conducción de las instituciones penetradas de chapulines que les asfixia la inmovilidad y que ven los cargos como simples instrumentos de sus ambiciones personales. La carencia de convicciones y la propensión a la traición y la corrupción, no distingue colores ni siglas. El ansia de poder, es como la guerra, admite toda clase de medios.

¿Acaso es más feliz el que más consume? ¿Adquiere más satisfacciones de realización profesional el que más puestos estrena en una administración? ¿A dónde vamos cada uno con tanta prisa? Parece que eso no importa.

Parece inútil toda advertencia de velocidad sin destino. En balde sopla el viento fuerte, si el barco carece de ruta a puerto seguro. Desgraciadamente abundan los podencos de poca fe y de demasiadas patas, como dice el poema Los Cobardes de Miguel Hernández.





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