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1968: DESPERTAR A TIEMPO
Romeo González Medrano
¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón .
Eduardo Galeano
Tenía 22 años y cursaba el tercer semestre de la carrera de Ciencias Políticas y Adminis- tración Pública en la unam. Como alumno del último grupo piloto de Estudios Intensivos, disponía de tiempo sólo para devorar libros, además de lecturas y tareas como militante de una organización de izquierda de la que formaban parte Francisco Soto Angli, Guillermo Rousset y Enrique González Rojo, entre otros. Mis maestros eran Víctor Flores Olea, En- rique González Pedrero, Francisco López Cámara, Ricardo Pozas, Raúl Olmedo, Arnaldo Córdova, Octavio Rodríguez Araujo, Henrique González Casanova, entre los que recuerdo. Una intelectualidad estimulante para el estudio del pensamiento político contemporáneo y, desde luego, para la reflexión crítica y el diálogo plural, base de mi formación. A finales de 1967, por mayoría de votos, fui electo presidente de la Sociedad de Alumnos para el periodo 67-68. En la Ciudad Universitaria se respiraba un ambiente de aparente tranquilidad. Nadie sospechaba lo que ocurriría en México aquel año de intensas movilizaciones protestatarias, como ocurría ya en Europa, Estados Unidos y América Latina.
1968: epílogo y prólogo de un mismo régimen
Si una constante es notoria en el discurso de gobernantes y dirigentes del pri del siglo pasado y lo que va del actual, es la jactancia de su capacidad para reconstruirse y salir orondos de cada una de las crisis; discurso que por supuesto omite un hecho irrefutable y también cons- tante: las formas crecientemente represivas utilizadas por el régimen para mantenerse en el
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poder —y 1968 no sería la excepción—. En los principales diarios de circulación nacional se leían pequeñas notas sobre la huelga de hambre de Demetrio Vallejo y Valentín Campa, líderes ferrocarrileros presos en la cárcel de Santa Martha. Un hecho sin interés para la ma- yoría de los universitarios y supuestamente aislado de lo que pasaba en la realidad nacional, pese a representar la culminación de una década (1958-1968) de represión brutal de miles de obreros, campesinos y clase media de todo el país por gobiernos decididos a continuar a cualquier precio el modelo estabilizador en la economía y que a partir de 1971 es disfrazado como “desarrollo compartido”. El populismo a que hoy aluden dirigentes del partido en el gobierno no fue invento de las organizaciones de izquierda sino del mismo régimen, en este caso echeverrista, en su afán de ocultar las contradicciones y fracasos de las políticas dictadas desde el exterior a México durante la etapa del desarrollo estabilizador. Ese mismo popu- lismo neoliberal es el que prevaleció en la segunda mitad del siglo y el mismo que hace lo imposible por continuar después de las elecciones de 2018.
Al final del régimen represor de Díaz Ordaz, el medio académico respiraba con un mar- gen de independencia que alentaba el pensamiento crítico. En ese contexto, apasionados es- tudiantes, maestros o militantes debatíamos “el momento histórico” nacional o mundial lo mismo en clase que en talleres, seminarios, en círculos de estudio, foros internacionales o revistas. Desde el movimiento prorreforma universitaria de 1960, el área de Humanidades de la unam era centro de activos difusores del debate filosófico y político; lo hacíamos juntos o cada quien dentro de la organización en que militaba. A principios de 1968, ansiosos de que al activismo universitario y al ambiente intelectual se añadiera “la responsabilidad social y la práctica política de los universitarios”, algunos estudiantes reaccionamos sensibles, y en co- misión fuimos a visitar a los líderes sindicales presos; sabíamos perfectamente que eran vícti- mas y símbolo de una política de gobierno represiva que impedía en todo el país el ejercicio de las libertades sindicales y las luchas democráticas contando para ello con la “prensa vendida”, como la llamábamos entonces.
Empeñados en romper la apatía universitaria y en solidaridad con los líderes injustamen- te presos, en el patio central de la fcps, un grupo de estudiantes y dirigentes del área de Humanidades nos declaramos en huelga de hambre. Entre otros, recuerdo a José González Sierra (hoy historiador de la uv) y Luis González de Alba.
Con esta anotación trato de desmentir las versiones gubernamentales que siempre omi- tieron referirse al intenso ambiente de estudio, de investigación y conciencia crítica donde lo mismo se asistía a mítines, exposiciones, teatro, cine debate, conferencias sobre la guerra de Vietnam, la invasión de Checoslovaquia, los movimientos en Francia, Italia, Alemania, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y muchos otros temas de la agenda mundial con ponentes internacionales, que a foros sobre el subdesarrollo, las libertades democráti- cas, los presos políticos y otros de la agenda nacional con reconocidos escritores e investiga- dores de prestigio en América Latina y en el mundo. Esto prevalecía en la unam en los inicios
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del 68. No obstante y desde entonces el gobierno represor optó por difundir la imagen de una juventud irresponsable, negligente para el estudio y que había caído en manos de “agita- dores profesionales” a su vez manipulados por agencias internacionales. Todo lo contrario.
En este contexto, a principios de año, aquella huelga de hambre de dirigentes estudian- tiles era expresión de un sentir desesperado por abrir la Universidad no sólo al debate ya alcanzado sino a la sociedad misma, a los movimientos obreros y campesinos emergentes. Diez días en tiendas de campaña a pura agua frente a la cafetería de la Facultad donde nues- tros compañeros acudían a desayunar, y después satisfechos por los pasillos desfilaban ante nosotros en silencio, con curiosidad o indiferencia a pesar de lo cual fue posible realizar la primera movilización en brigadas, dentro y fuera de la unam. Unas semanas después estalla como inesperada la movilización en todas las facultades, en el ipn y Chapingo. En las mani- festaciones que se dieron a partir del 26 de julio, era fácil encontrarse y marchar del brazo con estudiantes que se habían burlado de aquella huelga anticipatoria.
En asamblea general de la Facultad de Ciencias Políticas se tomó el acuerdo de sumarse a la huelga general, se constituyó el Comité de Lucha de la Facultad y en esa misma votación fui electo representante ante el Consejo Nacional de Huelga. A partir de entonces, la Facultad de Filosofía y Letras, Economía y la recién fundada Facultad de Ciencias Políticas y Socia- les destacarían como semilleros de activistas, de organizaciones de izquierda y del propio Comité Coordinador de Brigadas del Movimiento Estudiantil, experiencia de movilización política organizada trascendente que también ocupó un espacio dentro del Consejo Nacional de Huelga. Afuera de los centros educativos crecía la represión, la indignación de la sociedad ante las repetidas acciones represoras del gobierno. Las primeras sinergias de respuesta sen- sibilizaron y sumaron al personal docente y de investigación que democráticamente acordó la constitución de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas. En julio y agosto el Movimiento tuvo un crecimiento exponencial en todo el territorio nacional, del que han dado cuenta numerosos estudios publicados. Así empezó el epílogo de una década de represión nacional que hizo de la juventud universitaria su caja de resonancia. Algunos cuantos llamados “radicales” lo intuíamos, pero para la mayoría no existía ni sospecha de que aquella “sacudida” del sistema político había sido totalmente in- suficiente y que quizá por ello, entre otras causas, a partir de 1971 con el gobierno de Luis Echeverría también se empezaría a escribir el prólogo de medio siglo de colaboración subor- dinada de la oposición con gobiernos de más de lo mismo, y peor, el desmantelamiento del Estado Nacional y la continuidad de las políticas neoliberales dictadas desde los organismos financieros internacionales, claro, todo debidamente aderezado con el populismo de los pro- gramas sociales, verdaderos instrumentos de clientelas electorales.
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Otro preso en Lecumberri
“¡Por fortuna te encarcelaron! —dijo emocionado mi padre al darme un abrazo aquella maña- na de visita en la crujía M—, de no ser así, habrías muerto en Tlatelolco”, agregó. Enseguida me entregó una bolsa de tortillas de harina que desde Matamoros me enviaban mi madre y mi hermana Lilia. Para mí, como para los más de 150 estudiantes y maestros presos, el ca- lor familiar y de amigos era conmovedor y reconfortante. Me habían aprehendido junto con Ricardo Valero Recio, Jorge Tamayo López Portillo, Carlos Sevilla, Julio Boltvinik y varios cientos más de universitarios, la noche del 18 de septiembre cuando 10 000 soldados del Ejército mexicano con todo tipo de armamento tomaron las instalaciones de Ciudad Uni- versitaria y recogieron ridículas “pruebas de terrorismo”. Semanas después fui sentencia- do a 17 años acumulados en dos juzgados, uno del fuero federal y otro del orden común. Como una prueba más de la arbitrariedad y de la inexistencia de la división de poderes, bajo el régimen de Gustavo Díaz Ordaz, los mismos jueces que repartieron sentencias a diestra y siniestra, a menos de sesenta días de haber arribado a la presidencia Luis Echeverría Álvarez, modificaron su sentencia y a un primer grupo nos redujeron la condena a sólo dos años cua- tro meses y nueve días —justo lo que llevábamos en prisión—, por lo que fuimos puestos en libertad. Durante ese tiempo, con el firme apoyo del rector de la unam, Javier Barros Sierra, y de maestros y alumnos de la Facultad, terminé el plan de estudios de la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública. Tiempo después presenté examen profesional y una tesis cuestionadora de la política alimentaria del régimen de José López Portillo; por unanimidad recibí de los sinodales Mención Honorífica.
Ningún militante o partido es como lo pintan. Disidente de izquierda en Lecumberri
Después de la represión del 2 de octubre en Tlatelolco la movilización, como toda la protes- ta en las calles, parecía haber desaparecido. Lo que había era presos en cuarteles militares, casas de seguridad y, desde luego, en Lecumberri donde poco a poco a todos nos fueron con- centrando, distribuidos en las crujías C y M, ésta también llamada por los presos comunes como “de castigo”. Mientras tanto, la impotencia ante la represión hizo que los estudiantes se replegaran y continuaran con acciones solidarias; junto con familiares y amigos, nunca nos abandonaron. Víctimas y héroes era el menor de los reconocimientos en cuyo extremo crecía la deificación de quienes estábamos presos, lo que en no pocos casos utilizamos de herra- mienta de seducción con nuestros visitantes, particularmente compañeras. Para un espíritu rebelde y crítico, aun ante la ideología compartida, vivir deificado es como estar “enamora- do” de la imagen construida de sí mismo. No era fácil salir o rechazar aquel “encantamiento”
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a donde habíamos ido a parar, con una imagen sólo semejante a la de los grandes líderes revolucionarios que pasaron también por la cárcel. Quien se atreviera a salir o rechazar el encantamiento del perfil y “espíritu revolucionario” era por haber caído en depresión, “car- celazo”, crisis de identidad o conflicto de autoridad. Una situación sumamente difícil e incó- moda en las relaciones humanas a la que se añadía la insoportable espera de todo, incluso de una sentencia que no llegaba. A la escritora Elena Poniatowska, en La noche de Tlatelolco, recuerdo haberle dicho esto mismo el día en que me entrevistó en pleno “carcelazo”, como le decíamos a una depresión aguda, con crisis y ruptura, considerado este cuadro como una “debilidad pequeñoburguesa”, al estilo de un juicio estalinista. Publicar estos temas, y desde adentro del penal, hubiera recibido poco menos que la acusación de traidor. Otros compa- ñeros sufrieron mucho más de incomprensión: “ése se quebró y delató el Movimiento”, sin considerar que lo habían sometido a tortura física y psicológica teniendo a la madre o esposa amenazada de violación o de muerte. Desde las torturas físicas o psicológicas del 68 tengo la certidumbre de que ningún ser humano puede asegurar cómo va a reaccionar ante circuns- tancias que nunca ha vivido.
En medio de aquel ambiente ideologizado, me replegué en mi celda. La soledad me exi- gió espacio de expresión y nada impidió que pintara en la pared que daba frente a la angosta puerta de acero de la entrada, un texto con letras grandes de 50 centímetros que decía: “¿A quién vienes a visitar, a Romeo o al preso político?”. Algunas veces la provocación reflexiva surtió efecto en compañeras que me visitaban. Por alguna razón se trata de amistades que sobrevivieron al tiempo. Así que, hacia fuera de la puerta de la celda decidí guardar silencio, actitud por la que algunos compañeros hablaban de mí como “renegado”, adjetivo que me pareció tolerable aunque incompleto por omitir los motivos, y es que efectivamente rene- gué del protagonismo, del machismo, de la misoginia, del dogmatismo, del autoritarismo de izquierda, de la cosificación de la mujer, renegué de cuanto comportamiento me pareció expresión de la misma ideología burguesa, tantas veces criticada por todas las izquierdas de la época. Hablar de esto me trae recuerdos de agudas reflexiones y placenteros diálogos noc- turnos acompañado de “las gelatinas” de licor con José Revueltas y otros compañeros (gra- cias al ingenio de estudiantes de ciencias biológicas del ipn). Lo mismo recuerdo aquel día de visita conyugal cuando afuera de la celda de uno que decían que era comunista se escuchó que se golpeaba a una mujer. Tampoco olvido la repetida escena del padre preso repasándole a sus pequeños hijos el Libro rojo de Mao, cuando era obvio que si acudían a visitarlo era en busca del afecto paternal del que habían sido violentamente privados y no para adoctri- namiento ideológico. “¿Y qué esperabas?”, me preguntó en varias ocasiones el inolvidable Manuel Marcué Pardiñas, y añadía: “si todos somos producto de esta misma sociedad”.
La conclusión que anoté en mi libreta fue: “Sustentar cualquier religión, ideología, mi- litancia partidista o forma de pensar, no garantiza que en su real y cotidiana vida las perso- nas sean consecuentes, aunque lo parezcan”. Como decía Antonio Machado: “Hay seres tan
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profundamente divididos consigo mismos que creen lo contrario de lo que piensan”. Así pasa con todo el universo de creencias y pensares, sólo la práctica cotidiana arroja luz sobre la verdadera ideología.
Nada publiqué porque además de la madriza que más de uno era capaz de darme, sabía que, en el Ministerio Público, cientos de kilos de basura eran “prueba” de delitos y temía que la difusión de algunas de estas anotaciones sirvieran de argumento en contra, sobre todo contra dirigentes con los que no coincidía, pero sin duda eran de firmes convicciones y me- recían mi respeto como intelectuales honestos o luchadores sociales. Más de dos años de convivencia en el penal con todas las corrientes ideológicas de la época me enseñaron lo contraproducente e inútil que es la crítica o la autocrítica con “la cabeza caliente”, vivida como ataque personal, la descalificación del otro o la discusión con dogmáticos de violencia verbal, obsesión vanguardista y protagónica, entre otros comportamientos. Deformaciones que tanto daño y divisiones han causado a la izquierda mexicana, muchas veces más dispuesta a dirigir y gobernar que a participar en la transformación social. Me negué a firmar algunos desplegados y, hastiado, empecé a acariciar la idea de vivir con los presos comunes, sostuve que ellos —poco más de 5000 en ese penal— también eran presos políticos sólo que olvida- dos, sin voz ni voto ni reflectores desde mucho antes que los maestros y estudiantes presos por Díaz Ordaz.
Sobre el 68 aún hay hechos y situaciones por conocer, incluso dudas o controversias. Si las hay sobre la Conquista, Independencia, la Reforma y la Revolución, ¿por qué no habría de haberlas sobre este Movimiento? En mis borradores permanecieron anotaciones sobre algunos líderes “de carne y hueso” y otras cosas más, “guardadas”, censuradas o autocensu- radas. Por ejemplo, en desacuerdo con la postura de “dirigir” el Movimiento en declive desde la cárcel, escribí en silencio intentos de análisis autocrítico y desmitificador del Movimiento y de sus principales líderes; temas y enfoques que me parecían ineludibles para no caminar a ciegas en lo que fueran las subsiguientes fases de la lucha democrática. Todo se quedó en es- pera de otro momento dadas las tensiones del ambiente. Persistí en buscar un mejor espacio.
El psiquiátrico, la violencia invisible
Después de meses de gestiones, con la ayuda del director del hospital y una joven psicóloga con la que tuve amoríos, logré que me autorizaran una celda individual en psiquiatría en cuyo pabellón, en condiciones degradantes, sobrevivían hacinados los presos más pobres de todo el penal o quizá de todas las cárceles del país. ¡Jamás en toda mi vida había visto directamente algo semejante! “Cierra bien tu celda”; “no le abras a nadie de noche”; “ten mucho cuidado con lo que dices, los enfermos se alteran fácilmente y se te pueden echar encima”; “tendrás que comprar protección”. Ninguna de esas advertencias me detuvieron; incluso una ocasión
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estando en el comedor general del hospital presencié a lo lejos una pelea entre internos. Más tarde me enteré que un físicoculturista y karateca “era mi protector” pagado por unos ami- gos. Indignado expresé mi inconformidad al director. ¿Cómo fue posible el autoexilio? ¿Qué razones tenía para cambiar mi cómoda condición de preso político por la de preso común y en el peor lugar, como se decía, del pabellón del Hospital Psiquiátrico? ¿Es que a alguien había que reconocerle derechos sobre esta decisión? Parecía que sí; días antes de llegar a mi refugio elegido, estando aún en la crujía M, una junta de compañeros presos políticos delibe- raba si permitirían o no que me fuera con los presos comunes del Hospital de Psiquiatría, de donde se decía que “violaban y torturaban”. Mientras eso sucedía, llamaron a la puerta de la crujía donde media docena de custodios me esperaban. ¡Tomé el pequeño radio tocadiscos de 45 rpm en el que solía escuchar las Cuatro estaciones, de Vivaldi y otro con la Quinta sinfonía, de Beethoven, la Biblia que me regalara mi madre y una bolsa con ropa llevando en la mano el pase con sellos y firmas de traslado y... salí apresurado! Fueron minutos inolvida- bles. Sentía recuperar un pedazo de libertad. Atrás habían quedado discusiones, reproches e intolerancia ideológica. También dejaba la agradable compañía de algunos amigos de trato respetuoso y fraternal como Salvador Ruiz Villegas, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, José Revueltas, Heberto Castillo, Manuel Marcué, Eli de Gortari, Jorge Abaroa, José Tayde Aburto y los venezolanos, entre otros. El desencanto fue tal que me llevó a buscar otras expe- riencias y la mejor opción eran los presos comunes clasificados por delitos, aunque a donde llegué había de todo (asesinos, defraudadores, por robo, violadores, drogadictos, reinciden- tes y enfermos mentales). El choque fue intenso y terapéutico al oler, ver y sentir la violencia silenciosa, el dolor de un abandono que nunca antes había visto más que en películas. En mi mente, la represión vivida por el Movimiento del que provenía se hizo pequeña frente a las escenas de aquel dantesco pabellón del hospital de poco más de cien enfermos sometidos y controlados mediante químicos y electrochoques. Violencia sorda, muda, ciega, manca, coja y en alguno con una permanente lengua de fuera, como en el caso de el Toluco, acusado —se decía— de asesinar y comerse a su madre. Increíbles grados de destrucción humana la que hay detrás de cada preso y enfermo mental. Así fue como me inicié en la búsqueda de nuevos horizontes filosóficos e interpretativos. Con la incondicional solidaridad de mi asistente y amiga Amira Cervera leí y practiqué yoga; durante un carcelazo había regalado mi pequeña biblioteca marxista, disponía de mucho tiempo en paz y procuré la lectura de budismo zen y otras filosofías orientales; con todo esto, me gané el calificativo de “loco”, “renegado” y otros hoy ya desusados como “pequeñoburgués”, ninguno que me preocupara pues pronto me recuperé de ánimo y salud y encontré ocupación como ayudante de terapia deportiva y al- fabetizador con el apoyo de materiales que me hicieron llegar mis amigos y ex condiscípulos Laura Palomares y Jaime Goded.
Por las noches, si la guardia era amiga, visitaba o me visitaban amigos presos comu- nes o enfermos que deseaban ser escuchados, lo que para mí era como viajar a mundos
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desconocidos. Escuché el relato de vivencias escalofriantes que jamás habría imaginado; también disfruté de la soledad y de la privacidad que permite meditar, pensar o escribir. En ocasiones recibí insultos, trato humillante y doloroso por proceder de líderes destacados que recriminaban que mi estancia en el hospital de psiquiatría era causa de “desprestigio” de los presos políticos. “Los revolucionarios” deben ser más que humanos, parecían decir mis críticos compañeros.
Me vienen a la memoria reflexiones o argumentos de mi distanciamiento de los grupos marxistas, el autoexilio entre los presos comunes, vivencias como la de aquella mañana en el Hospital Psiquiátrico cuando temprano acudí a la celda de mi paisano matamorense. Lo en- contré sin vida, me refiero al abandonado ex líder juvenil del pan, Albino Hernández Haces con quien por recomendación del médico psiquiatra debía conversar pausado y con cautela emocional ya que padecía de ataques epilépticos cuando las emociones lo alteraban. Por la rigidez que presentaba su cuerpo, seguramente había fallecido a la medianoche, ahogado por no recibir atención durante su último ataque. Jamás he olvidado a Beto, mi vecino esqui- zofrénico y paranoico cuando en sus recurrentes ataques, sometido por el rondín de siete policías le pusieron camisa de fuerza y sedantes y a gritos decía “le pido perdón al pri y a la Virgencita de Guadalupe”. Nunca supe por qué, pero era un grito de obvia reacción ante sus torturadores. Horas antes, había entrado a mi celda y tratado de ahorcarme; poco faltó para que lo lograra si no hubiera entrado a rescatarme otro preso con quien llevaba buena amistad. Por las palabras que Beto me gritó en el momento que me tenía del cuello, supe que le representaba al padre que no le había permitido dormir desde que había nacido. Tampo- co olvido cotidianos encuentros con Sobera de la Flor, interno de alcurnia, aparentemente tranquilo, aunque con antecedentes de ser el primer asesino en serie de México; con Goyo Cárdenas, interno muy organizado, abogado de múltiples casos, hiperactivo, siempre amable y de sonrisa discreta.
Una noche de terror, por rebeldes y pendejos
Imborrable la noche de terror corriendo y cargando con los heridos en lúgubres pasillos ilu- minados por la tremenda balacera cuando Lecumberri quedó totalmente en manos de sus cinco mil presos, a los que el director del penal ordenó que les abrieran celdas y crujías y todos se fueron corriendo al saqueo de las crujías y celdas de los presos políticos. ¡El penal prácticamente quedó en sus manos y ninguno buscó la calle! Trampa perfecta que nos tendió el gobierno de Díaz Ordaz, la cual contó con la colaboración de nosotros mismos que con el pasar de los días fuimos exigiendo y logrando, sin el debido cuidado de la relación con los presos comunes, consideraciones percibidas por éstos como privilegios en cuanto a dispen- sa de normas internas, horas de luz eléctrica, horas de visita conyugal, pase de alimentos,
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permisos de todo tipo, etc. En aquella huelga reprimida directamente por presos comunes y no por policías, a los presos políticos del 68 nos pasó lo que hoy le pasa a los políticos de altos ingresos y a sus partidos —con excepción de los de Morena— que gozan de sueldos y pres- taciones en millonarias sumas de dinero público que ellos mismos se autorizan mientras se ahonda la pobreza, la marginación, la desigualdad y la falta de oportunidades. Aquella noche, bañado en sangre a punto estuve de que me mataran a golpes en la enfermería, pero me salvó uno de mis golpeadores, un preso común y amigo que al reconocerme y tratar de protegerme gritó a los demás, “¡Ya párenle pendejos, éste no es estudiante!”. Para detener el sangrado de mi rostro fueron necesarias varias puntadas en el mentón, sin anestesia, lo que fue posible gracias a que mis golpeadores me enrollaron el cuerpo en sábanas como momia y amarrado a la plancha. Una experiencia personal que me recuerda siempre la equivocada vinculación de la izquierda con los presos comunes. Tema hoy de una asignatura pendiente de no pocos líderes que con la bandera de izquierda o de preso político entraron a gozar de las mieles del poder y se ganaron el rechazo y la crítica. “Tú eres el único pobre que conozco del 68”, me dijo en cierta ocasión mi compadre Marco, y le dije: “He llevado la vida de acuerdo con mi propio juez y eso me da la paz que otros no tienen o no necesitan”.
De profesor a militante
A finales de enero de 1971 había salido en libertad bajo fianza y me acerqué a mi Facultad, pero poco me duró el gusto ya que decepcionado de mis alumnos y siendo profesor adjunto del maestro Víctor Flores Olea, duré un año y decidí alejarme de la Universidad. Pensé que si aquellos sumisos y apáticos cincuenta alumnos de una de las facultades que había sido líder dentro del movimiento democrático reprimido era una muestra de lo que quedaba de la juventud crítica del 68, no tenía sentido para mí continuar el proyecto docente. Por fortuna mantenía mis actividades políticas externas y, como lo habíamos acordado desde la prisión, un grupo de mexicanos coincidimos en la necesidad de formar un partido político en forma democrática por lo que una vez en libertad integramos el Comité Nacional para la Ausculta- ción y Organización de un partido político, el cnao. Entre ellos estaban el ingeniero Heberto Castillo, el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Luis Villoro. Por el sector popular y estudiantil, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Héctor Popoca, José Tayde Aburto, Salvador Ruiz Villegas, y yo como secretario de los Asuntos Juveniles. Juntos recorrimos casi todo el país formando comités en torno a ese proyecto. Inolvidables fueron las visitas a Xalapa, Poza Rica, Papantla y Coxquihui, Veracruz. A mediados de 1974 la for- mación de comités en todo el país culminó con la realización del Congreso Constituyente del Partido Mexicano de los Trabajadores, pmt. No teníamos subsidio del gobierno ni de nadie, sólo ayudas esporádicas de amigos y los viajes eran en autobús. Creció aquel esfuerzo
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y llegamos a construir organizaciones locales en la mayor parte del territorio nacional. En 1974 el entusiasmo era evidente en toda la dirección y militancia y también muy favorable la percepción de aquella osadía política de formar un partido desde la base. No había razones para que los que militábamos nos desalentáramos, no obstante, en mi radicalismo juvenil te- nía diferencias que ahora comprendo y entonces no. Hablé con Heberto Castillo, le expuse mis razones y me despedí. “Respeto su decisión”, me dijo. Le reiteré que era admirable y respetable el trabajo que promovía desde la cárcel y que en ese momento dirigía pero que nos había dicho muchas veces que no quería “lombarditos” y, sin embargo, según yo, eso era lo que predominaba y por eso no asistiría al Congreso Constituyente, y que a partir de ese momento me separaría del proyecto. Le dije que compartía la necesidad histórica de una organización política de izquierda que naciera democráticamente. Ahora comprendo la ex- presión “lombarditos” en la que seguramente resumía muchas cosas tales como culto a la personalidad, liderazgo mesiánico, dirigencia unipersonal, fenómenos políticos cuya exis- tencia no sólo depende del líder sino del estado de conciencia política alcanzado por la base militante y, finalmente, de la cultura cívica de la propia sociedad. Por eso no extraña hoy su utilización como adjetivo para referirse al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas o al líder de Morena Andrés Manuel López Obrador. Después de alejarme de la opción militante pasé a formar parte de los “asimilados” por el sistema, al trabajar en Conasupo. Jamás imaginé que la mayor colaboración con el régimen se daría a partir de las reformas electorales y la ocupación de escaños en la Cámara de Diputados.
Contra la corrupción en el gobierno, el único camino es desde la sociedad
El combate a la corrupción desde el gobierno es pura simulación; todo intento, del género que sea, es derrotado al instante por el poder de los que se benefician de la misma. Nadie puede ser juez y parte. Es entonces que se comprende que decir “mafia” se justifica, es un ad- jetivo indiscutiblemente adecuado. La anticorrupción hoy es bandera hasta de los corruptos. Ha dado buenos resultados sólo para la propia clase política corrupta como lo demuestran los sobornos de la empresa Odebrecht, los ex gobernadores prófugos y los múltiples expedien- tes congelados en la pgr promovidos por la Auditoría Superior de la Federación. Cualquier intento que se diga ha fracasado, ni siquiera cuando llegó a ser “estrategia presidencial” en un intento de recuperar legitimidad para el gobernante. Al respecto, comparto una expe- riencia que lo demuestra: corría el año de 1974 y el gobierno de Luis Echeverría persistía en su tesis populista del llamado “desarrollo compartido”, parte del cual cobró forma dentro de uno de los más poderosos instrumentos de política social existentes: la compra de maíz y frijol a pequeños productores a precios de garantía a través de Conasupo. Como parte de los
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jóvenes protestatarios del Movimiento, tuve la oportunidad de ser invitado para colaborar como instructor de campo. Presentaba el perfil de un programa especial: el Programa Na- cional de Transformación de la Agricultura de Subsistencia que inevitablemente chocaría con intermediarios del campo, caciques locales y políticos coludidos. Sin duda fue una gran experiencia de sólida base teórica y de formidable ejecución en todo el territorio nacional. El programa era directamente auspiciado por Jorge de la Vega Domínguez quien fungía como director general de aquel organismo, mientras que la base conceptual y operación en todo el país estaba a cargo de un destacado intelectual —Premio Nacional de Economía—, Gus- tavo Esteva Figueroa, actualmente asesor del ezln. Ahí pusimos mente, corazón y cuerpo un numeroso grupo de activistas del Movimiento de 1968 que nos desempeñamos como instructores y coordinadores de brigadas de campo, y a quienes nos correspondía la aplica- ción de la encuesta de participación, la promoción, la organización de productores para la comercialización colectiva de sus productos (maíz y frijol), así como la organización de accio- nes movilizadoras de todo el personal del Sistema Conasupo bajo el nombre de “Programa de Modernización”, cuyo objetivo real era sacudir las estructuras obsoletas e improductivas y, sobre todo, lograr la depuración de funcionarios y trabajadores corruptos, considerados como el mayor obstáculo para que los beneficios de los programas institucionales llegaran plenamente a los productores rurales de subsistencia. “Estrategia del sándwich” fue el nom- bre coloquial con el que se les bautizó a esas acciones que consistían en presiones desde la máxima jerarquía administrativa del organismo y, paralelamente, y a la inversa, acciones par- ticipativas desde las localidades y comunidades. Para los márgenes de tolerancia de la institu- ción y para los mismos instructores, aquella misión podría ser “de riesgo” porque implicaba la confrontación de intereses entre productores y caciques, éstos con frecuencia coludidos con funcionarios de la misma institución.
Recuerdo una ocasión cuando trabajaba como instructor en la sierra Tarahumara y fui citado a Ciudad Cuauhtémoc para una “reunión de supervisión”. Mi sorpresa fue grande al llegar al hotel, pues el personaje con quien me reuniría era el mismo que había encabezado a los 10 000 soldados que en septiembre de 1968 tomaron Ciudad Universitaria y perpe- traron la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco. O sea, estaba frente al más temido de los generales del Ejército mexicano de la época. Después de hacerme varias preguntas sobre mis actividades en el campo, me dijo: “Muy bien, Romeo, sigue tu trabajo, pero ándate con cuidadito y no te quieras pasar de listo, sabemos quién eres y cómo piensas”. A la advertencia había que añadir el hecho de que por esos días era notoria la tensión en el campo ante el arri- bo de coyotes que con toda impunidad compraban el frijol a mejor precio que Conasupo para pasarlo de contrabando y venderlo en dólares en Estados Unidos. Entendí el mensaje y en la primera oportunidad solicité mi cambio a otro estado. Durante los siguientes 25 años serví a la alta tecnocracia de este país de donde salieron Carlos Salinas de Gortari, Carlos Rojas y Luis Donaldo Colosio. Hastiado de la urbe capitalina, elegí vivir en Xalapa trabajando como
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empleado del gobierno del estado. Poco más de 1 500 artículos publicados dieron cuenta del ejercicio de la crítica de políticas públicas y programas sociales. Nunca traté de ingresar y menos fui invitado al círculo rojo, ni de los pequeños ni de los grandes negocios, o al saqueo del erario público. El hábito de escribir lo que veo, leo y pienso, invariablemente en todas las chambas me colocó en el terreno de personal de confianza, pero de desconfianza. Conocí gran parte del monstruo porque viví en sus entrañas; me comió y me vomitó vivo cuando la degeneración de las instituciones del Estado ya no admitía ninguna clase de testigos incómo- dos y menos comunicadores sociales críticos en contacto con la sociedad.
El déficit democrático de hoy.
“La hora del ciudadano” (programa de radio y redes sociales)
Hoy a mis 71 años, la experiencia de comunicador social independiente ha sido la más pla- centera que he tenido en toda mi vida. Había reunido algunas horas en el debate, el análisis y comentarios en la radio. Tenía tres años de estar “en la banca” viviendo de la pensión de dos salarios mínimos que me dejaron cuarenta años de servidor público y necesitaba ingresos, por lo que se me ocurrió la idea de diseñar el proyecto “La hora del ciudadano”. El apren- dizaje adquirido después de transitar por gran parte de la administración pública, federal, estatal y municipal, aunado al ejercicio cotidiano del análisis político me daba gran segu- ridad ante los micrófonos de la radio. “La libertad del burro”, que durante años tuve como articulista y servidor público había llegado por fin a su término. La libertad de expresión es vida y aquellos cuestionamientos censurados o autocensurados por fin habían encontrado un espacio para expresarse en libertad. Al menos eso quise creer. Sin embargo, pronto los pa- trocinadores se dieron cuenta de que aquel ingenuo programa de quejas crecía como espuma y los reportes estadísticos de encuestas y sondeos arrojaban un panorama preocupante para el poder municipal y estatal. Me defendí, argumenté que el diálogo público de los asuntos públicos era parte de la estrategia cívica acordada por el Consejo General del Instituto Na- cional Electoral, que señala que el más grave problema de México era y es la existencia de un déficit democrático y la falta de una ciudadanía empoderada y participativa. Demostré que los usuarios de los servicios municipales de Xalapa eran capaces de coadyuvar a corregir hábitos y estructuras burocratizadas. Nada convenció. “La hora del ciudadano” despertó simpatías al grado de que un año después de cancelado aún conservo contacto con muchos radioescuchas a través de las redes sociales. Es una lástima que el poder transformador más grande que tiene México y que es la participación ciudadana, cuando no se ve obstruida por intermediaciones partidarias, despierta temores de la clase en el poder. La participación ciudadana la necesita para legitimarse, pero sólo la puede admitir bajo control o manipulación. El gobierno local patrocinador, como todos los de la clase política que ha dominado este país, demostró que es
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incapaz de tolerar la disidencia y la crítica, ni siquiera al nivel más elemental de los servicios públicos municipales. El arte de la simulación es el último de los maquillajes de los falsos demócratas.
México 2018
México vive hoy una nueva etapa de su desarrollo político. El 68 es historia, como lo son tam- bién Ayotzinapa, Aguas Blancas, Acteal y muchas otras heridas profundas en la conciencia nacional.
A la generación del 68 hay que reconocerle su aportación en contradictorios impulsos democráticos posteriores. Escritores, premios nacionales de periodismo, distinguidos em- bajadores, novelistas, pintores, actores, legisladores, creativos, investigadores académicos, de todo. Es el resultado de una generación crítica y protestataria. La segunda mitad del siglo pasado es inexplicable sin su aportación a través de reformas electorales, reformas constitu- cionales, prácticamente en todo el desarrollo institucional está la huella de representantes y partidos de la llamada izquierda mexicana.
Llamo contradictorios impulsos democráticos porque el proceso histórico también describe cinco décadas de colaboración con el régimen, durante los cuales a los líderes de oposición, sindicales o campesinos, representantes de partidos y organizaciones, sesentaio- cheros y hasta intelectuales de izquierda se los fue “comiendo el poder”, mientras decrecía la vinculación orgánica con su base, con los trabajadores y con la sociedad en su conjunto; un divorcio que les debilitó como fuerza política que fueron en algún momento. Hoy se ve con toda claridad que, sin importar lo preciso o radical del programa o discurso, todo espacio de poder que una verdadera oposición logre o ejerza, si no cultiva vínculos eficaces y reales con sus representados, les rinde cuentas y somete a su escrutinio las posturas que adopte al interior del gobierno, está condenada a perderlo todo y a continuar como partícipe de la degeneración de las instituciones del Estado. Está claro que si no quiere ser arrasada por el hartazgo debe deslindarse y sumarse a la demanda de cambio verdadero de régimen, pero sobre todo sumarse a las grandes tareas de transformación social en todo el territorio, desde cada localidad tal y como se viene desarrollando en comunidades de los estados de Chiapas y Oaxaca. Al discurso y voto de la izquierda mexicana cogobernante de las últimas décadas le han sobrado acuerdos y normas en la cúpula del poder, y en cambio le ha faltado aterrizarlos, exigirlos y hacerlos realidad en, y desde, la base social.
Medio siglo después, no se niega lo que se logró y tampoco lo que padecemos, o sea una realidad peor y difícil de afrontar: prevalece una inmovilidad real simulada de movilidad, mayor opacidad simulada de transparencia y además tenemos un Estado simulado de plura- lidad y barnizado de legalidad en sus actos cuando la realidad es todo lo contrario: corrupto
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en extremo, represor perfeccionado, una clase media en extinción, una violencia generali- zada y mucha más desigualdad que hace cincuenta años. El sistema electoral está desacredi- tado y se muestra incapaz frente a la narcopolítica en la próxima renovación de poderes. Los partidos políticos son intermediarios escleróticos y obstructores hasta de sus bases, aunque levemente “modificados” con su reciente invento, las candidaturas independientes. No se trata de regresar al estatismo de los ochenta, pero tampoco dejar el destino de México a merced del mercado y de las políticas neoliberales del saqueo, el despojo y exterminio de los pueblos. Un reto que de no asumirse profundizará el abismo en que ha caído una sociedad a punto de un gran estallido, crisis económica, confrontación y mayor inestabilidad política. Nada bueno se construye sobre cenizas, tampoco sobre instituciones con procesos degene- rativos en el grado al que han llegado las del Estado mexicano. ¡Ni al capitalismo “susten- table” y competitivo le sirven!, sólo al capitalismo salvajemente global. Regenerarlas por la vía democrática implica un esfuerzo participativo muy complejo, de tiempo, de diálogo incluyente, de creación de consensos y acuerdos que lleven a corregir todo lo que impide que cumplan plenamente la función para la que fueron creadas, labor imposible de asumir por la clase política beneficiaria de la degeneración y que sin embargo hará lo imposible por quedar incluida. La transformación social impone la necesidad de tomar el camino de la al- ternancia. México tiene instituciones casi perfectas en su versión constitucional, pero tam- bién gobiernos hábiles para burlarlas en las leyes reglamentarias, reglamentos y normas de operación en donde se ubican los “candados y las llaves” contra el abuso y el saqueo de los recursos públicos, al grado de colocar internacionalmente a México como el paraíso de la corrupción. Por algo transcurrió un sexenio sin concluir la operación del Sistema Nacional Anticorrupción. El conflicto de nombramiento del fiscal es la evidencia del “desacuerdo madre” o sea de qué grupo ha de ser la cola a cortar. Son las contradicciones al interior de la clase política gobernante.
Ante la posibilidad de un cambio de régimen, en la perspectiva inmediata se encuentra el reto de construir un modelo de desarrollo propio e incluyente de todas las formas de organización económica existentes en el país, pero sobre todo que sea capaz de abatir la agudizada desigualdad social. Real equilibrio de poderes. Real empoderamiento de la sociedad civil, de ciudadanas y ciudadanos. Éstas son tareas de todos los mexicanos, no solo de una ideología o partido. El protagonismo, el vanguardismo y los egos han sido y son graves debilidades de todos y en particular de la izquierda mexicana en la mayoría de las organizaciones. México es pluricultural y multiétnico. Su economía alberga múltiples culturas, formas de vida y de organización económica. En todos los sectores de la sociedad hay personas con actitud y espíritu democrático, y también hay autoritarias, intolerantes, antidemocráticas y con dictadores en potencia.
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Violencia desde el poder
De este balance destaco un hecho: la violencia se vuelve permanente en una nación cuando el Estado es el primero en no someter sus actos a la ley e incumple su primera responsabilidad. México, medio siglo después de aquellos días que sacudieron el sistema, se nos presenta como una intensa confrontación de intereses, de focos regionales de violencia, judiciali- zación de la política, partidismo de la justicia y la fiscalización y, en el umbral de grandes decisiones, una verdadera encrucijada. Enfrentamos mucho más que una simple elección presidencial.
“Estado social de derecho” afirman desde el poder, “Estado fallido” aseguran desde el vecino país. El “estado de excepción” es denunciado por comunidades indígenas del sureste y ratificado según comunicado de la Cámara de Diputados al aprobar —con excepción del voto de Morena— la Ley Reglamentaria del artículo 29 constitucional (el retorno del artículo 145 de disolución social). A esto se suma la reciente Ley de Seguridad Interior. Reformas que toman como pretexto preservar el orden y la paz para violar los derechos humanos y reprimir toda manifestación disidente del gobierno o que amenace con quitar del poder a quienes lo han detentado por más de setenta años. La degeneración de las instituciones del Estado y, entre éstas, las del sistema electoral, el de justicia y seguridad, el contubernio que despoja de sus bienes a la nación, la extrema polarización social y la corrupción en grado de metástasis, inevitablemente conducen a una disyuntiva histórica: cambio pacífico, legal, civilizado de régimen o guerra civil y barbarie de consecuencias impredecibles.
El destino de la nación es el tema central de la agenda nacional, todo lo demás son eva- sivas o francas cortinas de humo al servicio de aquellos que, conforme a sus intereses, pre- tenden hacernos creer que ese destino ya está decidido, que “México tiene rumbo”, o sea la continuidad con más de los mismos. Si el destino de la economía mundial, de la humanidad, de la Tierra, la Paz y de toda la civilización son hoy más inciertos que nunca, ¿cómo se atreven los gobernantes a mentir sobre el destino de México?
Tal es el contexto actual y todas las lecturas del pasado y del presente tienen cabida; ojalá contribuir con el debate que importa sea criterio compartido por los promotores de este proyecto de la unam. En las versiones mediáticas, tremendo reto se pretende reducir, en 2018, a cambiar de gobernantes o, cuando mucho, de partido en el poder. Lo cierto es que la realidad, siempre más terca e infinitamente más compleja que todo esquema o propuesta programática de cambio, parece estar tocando a la puerta y hoy lo hace mucho más fuerte que hace cincuenta años. Ejemplos los hay; veinte años después de la promulgación de la Consti- tución de 1917, México apenas recuperaba dominio sobre su petróleo, que hoy se ha vuelto a perder mientras los derechos sociales se esfuman en la reforma laboral; cincuenta años del modelo estabilizador no concluyeron en el crecimiento esperado sino todo lo contrario; cien años de nuestros derechos humanos —no obstante las costosas instituciones— violados,
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existen sólo en el papel; a cincuenta años del Movimiento Estudiantil Popular de 1968 por la democracia, la que hoy tenemos no pasa de ser electoral, partidizada y bastante imperfecta. Por si fuera poco, y nos remitimos a una experiencia dolorosa más cercana en el tiempo como los sismos de septiembre de 2017, las autoridades de la ciudad estiman que llevará por lo menos una década la rehabilitación total.
¿A dónde deseo llevar al lector? Me declaro aprendiz de provocador —nueva profesión en la que estoy inscrito—, se trata de que al abordar el tema del proceso electoral de 2018, cuidemos de no caer en el reduccionismo y la simplificación, en las versiones manipulado- ras, o los clichés tan comunes a todas las organizaciones, tan útiles y válidos para conseguir adeptos y tan insuficientes para servir de guía, de estrategia organizadora de transformación social desde la base de una sociedad civil mucho más diversa que su pluralidad partidista. La mayoría de los partidos sólo son maquinarias electorales, no han cultivado la gestoría social a la que se asoman sólo en tiempos electorales, y en nada se comprometen cuando se trata de participar en la organización de procesos de transformación social, sencillamente porque no les interesa e implícitamente suponen que esa tarea es de gobierno, cuando los hechos demuestran el fracaso total de la política y programas sociales. Un instrumental que sólo ha sido base del clientelismo manipulador.
La esperanza de un cambio de régimen de gobierno puede estar a la vuelta de la esquina y ser la posibilidad de retos mayores, en cambio la esperanza de una sociedad más libre, justa y humana hay que construirla en la base de la sociedad, en los procesos de transformación de las relaciones sociales, lo que exige mucho más que un cambio de gobernantes en los tres ámbitos del poder.
Mensaje de un sesentaiochero a la juventud mexicana
La juventud mexicana, y en particular la universitaria, tiene una responsabilidad y una opor- tunidad histórica por cumplir como parte activa de su destino. No basta con ser alumnos y egresados de excelencia. Esto de nada sirve si el mercado laboral los sigue condenando al des- empleo o subempleo, porque a eso hemos permitido que nos lleven quienes han gobernado por más de cincuenta años. El fundamento ético de la política es servir a los más, por ende, es demasiado importante como para que la rechacen, se autoexcluyan y la dejen en manos de aquellos que no han hecho sino servirse de ella. Los que fuimos, ya casi nos vamos. Lo que hi- cimos, les corresponde superarlo y sólo podrán hacerlo si se unen al pueblo, a sus luchas, a sus organizaciones no gubernamentales. Ustedes los universitarios tienen el privilegio de la infor- mación, del conocimiento y los espacios para el análisis y la reflexión y por lo tanto tienen más responsabilidad en el despertar de conciencias. La mayoría de los mexicanos no goza de esos privilegios, está sumergida en la lucha diaria por la supervivencia. A ustedes les corresponde
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inaugurar el diálogo público sobre las grandes interrogantes, entre otras: ¿para qué sirvió la lucha insurgente de 1810 si hoy tenemos nuevos esclavos y nuevos amos? ¿Para qué sirvió la Revolución mexicana y el Estado social y de derecho de ella emanado y a punto de desa- parecer? ¿Dónde quedaron las libertades democráticas por las que luchó el Movimiento de 1968? ¿Cuál es la verdad sobre las reformas estructurales del régimen de Enrique Peña Nieto y a dónde pretenden llevar a México? ¿Acaso acabarán con la corrupción los mismos que se han beneficiado de ella? Quizá escuchar las voces no escuchadas sea parte de la ruta adecuada.
Pocos son los jóvenes que saben que tienen el poder de cambio en sus manos. Si los demás no toman conciencia de ello y actúan en consecuencia, merecen perderlo, aunque al perderlo, también lo pierdan más de140 millones de mexicanos. Ustedes no tienen que ir dos años a la cárcel como nosotros, quizá tampoco tengan que levantar barricadas, ni dejar de estudiar para hacer huelga, mítines y marchas. Los cuerpos de la represión y los jueces de la ignominia no han desaparecido como lo demandábamos en 1968, al contrario, ahora están mejor pertrechados que nunca, revivieron el artículo 145 constitucional del delito de disolución social y sigue vendida la prensa que siempre lo ha sido. Por fortuna ustedes tienen en la mano una tecnología, gracias a Dios, aliada de la libertad de expresión. Pero la mafia en el poder, la beneficiada exclusiva del continuismo y de esta “democracia perfecta”, a diferen- cia del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, no es ingenua y sabe que el uso de la fuerza sería lo último que utilizaría porque le perjudicaría en las urnas, y sin embargo hasta para eso se ha preparado con la Ley de Seguridad Interior. Ustedes como todos los mexicanos tienen que enfrentar otros enemigos del cambio como son la apatía, el miedo, la confusión, el soborno y la desinformación. Éstos y los vendedores de más de lo mismo son los granaderos de hoy. Ustedes deben poner el ejemplo a todos y necesitan ser valientes para vencer frente a estos instrumentos de la antidemocracia. Y tienen que hacerlo en forma legal, pacífica y civilizada. Rompan el silencio, dejen el falso confort, abran las puertas de sus aulas, de los centros edu- cativos al diálogo público con la sociedad y los que pretenden representarla. No se confor- men ni se sometan a debates de teatro pagado o de estadio de Las Vegas donde se divierte a la gente con feroces luchas manipuladas. No acepten hablar de su futuro como entretenimiento ni como esperanza especulativa sin fundamento. Es indigno que los jóvenes guarden silencio ante quienes les prometan un mundo de progreso, justicia y libertad que jamás cumplieron en medio siglo. Éste no es un asunto de tesis o de discursos, es de hechos y de credibilidad. Hace cincuenta años nosotros cumplimos nuestros deberes cívicos con lo que teníamos. Les corresponde hacerlo mejor. Que no se hagan de la boca chiquita las autoridades educativas. Si con su complicidad se ha permitido la violación de la autonomía universitaria no hay razón para que sin su permiso distraigan unos momentos de su atención para conocer los funda- mentos de las ofertas de cambio, de la educación pública superior, el empleo productivo y sobre todo de su destino. Que no los confundan, si la corrupción fuéramos todos, como se dice, todos viviríamos como viven los millonarios. La realidad que les espera al salir ya está
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afuera y no es de millonarios, y será peor si no se asoman ni siquiera para preguntar hacia dónde pretenden llevar el barco en el que van ustedes y vamos todos los mexicanos.
Se necesita media neurona para darse cuenta que, como siempre, los resultados de la próxima jornada cívico-electoral pueden ser muy distintos si los que se dicen más valien- tes —así nos decía el pueblo hace cincuenta años, cuando nos protegía de la ejecución de órdenes de aprehensión del gobierno represor— se dejan o no vencer por los estrategas del miedo, de la confusión y la compra de votos. Que no se pregunte más por qué o para qué fue el 68. Ahora la pregunta será qué hicieron ustedes de sus vidas y de su futuro en 2018. Que se le entregue reconocimiento y rinda honores sólo a la juventud congruente consigo misma y con la historia. Su actitud valiente y consciente —no lo duden— será la expresión máxima de cultura cívica y la mejor conmemoración del Movimiento Pro Libertades Democráticas de 1968. Espero vivir para honrarlos. Como sus padres, quiero dejar a mis hijos un país mejor que el que recibí. Atrévanse a soñar en grande y a luchar por sus sueños. Que la rutina o la lucha por la sobrevivencia no los aplaste ni los lleve a creer en los sueños de la mafia, a los que sólo tienen acceso los más ricos. No acepten una nación ensangrentada ni convertida en paraíso de la corrupción. Tienen derecho a participar en la construcción de un mejor destino para ustedes y para todo México. Por ningún motivo falten a su próxima cita en las urnas; no es lo más, es lo menos que pueden hacer. Recuerden que el régimen en decadencia siempre le apuesta a ganar con mucho dinero, con el miedo, la confusión y el abstencionismo. De- muestren su cultura y si tienen dudas, organicen el diálogo público sobre los grandes temas de la nación. No necesitan permiso de nadie, creo que al menos ese ejemplo les dejamos aquellos que fuimos “los del 68”.
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